sábado, 15 de noviembre de 2008

Bono reconoce antes en el Congreso a una monja que, por ejemplo, a Manuel Azaña


fuente: PUBLICO.ES/LUIS CALVO y ELPERIODICO.COM/M.MANCHÓN
La mesa del Congreso ha decidido homenajear a una monja canonizada en 2003 con la excusa de haber nacido en el número 36 de la Carrera de San Jerónimo -edificio que hoy ocupa dependencias del Congreso- y haber sido "perseguida" durante la Guerra Civil. La iniciativa partió del vicepresidente tercero de la Mesa, el diputado del PP Jorge Fernández Díaz, avalada por el presidente del Congreso, José Bono, y aprobada por CiU, PNV y PP. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, aseguró que el Ejecutivo "respeta" la decisión del Congreso.

Intentando evitar que la Cámara coloque una placa que la recuerde, el diputado Joan Herrera (ICV) registró ayer un recurso contra la iniciativa de la Mesa. En él pide que se reconsidere la decisión. Herrera alude a la incoherencia de la elección del personaje. Argumenta que treinta años después del franquismo, "insignes demócratas" como Manuel Azaña siguen ausentes de la que fue su Cámara. Cuelgan en cambio de sus paredes los retratos de tres presidentes de las Cortes franquistas: Esteban Bilbao, Antonio Iturmendi y Alejandro Rodríguez Valcárcel.

Herrera considera además desproporcionado que una monja sin méritos vinculados con "la Historia" y el Congreso sea la cuarta persona que obtenga una placa de la Cámara. Los otras tres están dedicadas a Clara Campoamor, impulsora del sufragio femenino, y los reyes Juan Carlos y Sofía.

La noticia en ELPAIS.COM, por RAMÓN IRIGOYEN:
Sor Maravillas en el Congreso


El presidente del Congreso, José Bono, que sueña con pasar a la historia como el socialista que cristianizó España, sigue haciendo méritos para, en su día, que deseamos lejano, entrar en el cielo por la puerta de las Cincuenta Vírgenes, que sólo van a cruzar dos ciudadanos del siglo XXI: José Bono y su pariente Bono, el cantante de U2, que también le pega lo suyo al frasco religioso.

La decisión afectará a la defensa del laicismo y a la tan llamada memoria histórica
José Bono, en un rapto de inspiración, asumió el 4 de noviembre, con apoyo de la Mesa del Congreso, la petición salvífica de Jorge Fernández Díaz, vicepresidente segundo, y miembro del Opus Dei, de colocar -en el sentido de poner, no de darle al frasco- en la Cámara una placa de homenaje a María Maravillas de Jesús Pidal y Chico de Guzmán -ni los filólogos clásicos firman con tantos nombres y apellidos-, una carmelita descalza perseguida en la Guerra Civil.

¿Y en qué se basan para reclamar la efigie de sor Maravillas en la Cámara? Quienes apoyan esta propuesta -el PP, CiU, PNV y el socialista José Bono, cuya canción pop preferida es el Puer natus est nobis (Un niño nos ha nacido) que cantan los monjes del monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos- juran por los huesos sagrados de don Ramón de Mesonero Romanos, el madrileño que salvó en Madrid, allá por el siglo XIX, tantos edificios, que sor Maravillas nació en un inmueble que ahora está integrado en las dependencias del Congreso de los Diputados.

El nombre de sor Maravillas, una monja que me inspira simpatía por ser de la misma orden que la genial escritora Teresa de Ávila, se unirá al de los Reyes -seres creyentes donde los haya, puesto que su poder terrenal tiene su origen en el poder divino- y al de Clara Campoamor -promotora del sufragio femenino- como los únicos ciudadanos homenajeados con una placa en el Congreso.

En el PSOE hay dos grupos: José Bono y los restantes militantes del partido. ¿Cómo ha tomado la colocación de la placa -que las malas lenguas del PSOE llaman ya placa dental- José Bono, el socialista que entra en éxtasis escuchando el himno gregoriano Réspice, Dómine (Mira, Señor) como quien se dispone a ser devorado por los leones neronianos de la puerta del Congreso y, sobre todo, por sus colegas de partido, que están enfurecidos?

José Bono está sereno y, más aún, está feliz porque ha cumplido con su conciencia. Él cree que el deber de un presidente del Congreso es colocar placas de santos en el mayor número posible de lugares, comenzando por las ferreterías -tan ligadas al cristianismo por los divinos clavos de Cristo-, en los bares -donde se sirve vino, que el sacerdote convierte en la sangre de Dios Hijo-, en las charcuterías -por donde, como dice un labrador de San Martín de Valdeiglesias, no pasa Dios ni en avión- y, sobre todo, en el Congreso de los Diputados, donde, allá por 1891, nació la madre Maravillas de Jesús, que, a los 20 años, profesó en la orden carmelita como hija de Teresa de Jesús y llegó a fundar varios conventos de carmelitas descalzas.

La santa -fue canonizada por el papa Juan Pablo II, en su quinto viaje a España, en mayo de 2003- nació en el número 46 de la Carrera de San Jerónimo. Durante la Guerra Civil, como tantos miles de personas de los dos bandos, sufrió la atrocidad de la persecución, pero, en su caso, al menos, logró salvar la vida. Murió en 1974 y, como se dice en la empresa -un convento es, sobre todo, una empresa- clerical, murió en olor de santidad. A su canonización, oficiada en la plaza de Colón, junto con la canonización de otros cuatro santos más, asistieron la familia real, el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, y el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien, en aquel trance, se le apareció un ángel que le ofreció el apoyo del cielo para las próximas elecciones si aumentaba la contribución del Estado al sostenimiento de la Iglesia católica. Las dos partes cumplieron. El cielo apoyó a Zapatero, que ganó las elecciones, y Zapatero apoyó a la Iglesia dándole una pasta afroitaliana que el cristiano Gobierno de Aznar se negaba a darle.

La dirección del grupo socialista ha tomado la santa decisión -en el PSOE la santidad prolifera por todas partes- de que ningún parlamentario del PSOE asista. Sabido ya el nulo interés del grupo parlamentario socialista de asistir a la colocación de la placa, es seguro que el grupo musical del PSOE no recibirá invitación.

En el PSOE lloran ahora porque esta decisión del presidente del Congreso, dictada desde el cielo por san José María Escrivá de Balaguer, afectará a dos líneas capitales de su política: la defensa del laicismo y la tan pésimamente llamada memoria histórica. José Bono es, como vemos, también un genio de la meteorología: nos trae un milagroso bochorno cuando el termómetro marca tres grados.

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